El segundo trabajo que podemos hacer es intentar cubrir nuestras necesidades no satisfechas que decidamos cubrir. La decisión de qué necesidades conviene cubrir y en qué medida es muy personal y no existe ninguna fórmula para la misma. Depende de lo contribuya cada necesidad a nuestra felicidad y la de los demás, de lo fácil o difícil que nos resulte cubrirla y de la inversión de tiempo y energías que ello requiera.
Aunque no podemos satisfacer todos nuestros deseos, tampoco es necesario. Los llamamos necesidades porque de algún modo lo necesitamos, pero salvo lo básico, como la comida, la bebida y el aire, el resto no son necesidades absolutas, sino que se puede sobrevivir y ser feliz sin ellos. Tener nuestras necesidades cubiertas es algo deseable y que contribuye a nuestro bienestar, pero éste no depende tanto de cuántas necesidades tenemos cubiertas y en qué medida como de nuestro interior, sobre todo de nuestra conciencia, nuestros pensamientos y nuestras emociones.
Lo que sí puede decirse es que si simplificamos nuestras necesidades ello nos suele llevar a ser más felices. A veces somos excesivamente ambiciosos, ya sea en el número de nuestros deseos o en el tamaño de nuestras aspiraciones, de modo que acaban resultando excesivamente difíciles o incluso imposibles de saciar. Esta tendencia nos dificulta nuestra felicidad, pues fácilmente nos generará frustración, así como un gran gasto de energías y probablemente tensión, estrés y agotamiento. Si nos dispersamos con excesivos deseos, no acabamos dando suficiente fuerza a aquellos deseos que nos llevan a nuestra felicidad, como el deseo de entrenar nuestra conciencia, nuestros pensamientos, nuestras emociones, nuestras expresiones corporales y nuestras conductas. Por ello, nos conviene simplificar el número de deseos y dar prioridad a aquellos orientados hacia metas y conductas que realmente están en línea con nuestra felicidad.
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